“Simplemente quiero que se haga justicia y que se mantenga viva la memoria”

Luis Alberto Genga era Secretario General de UnTER al momento del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, prestó testimonio este miércoles en el Juicio a Represores del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, conocido como "La Escuelita II".
Luis Alberto Genga. Fotografia Olga Cabeza

En marzo del 76 Luis Genga era director de la escuela N° 50 de Cipolletti. Al tomar la Junta Militar el control gubernamental del país, hace un viaje a la localidad rionegrina de Chelforó para cesar sus actividades gremiales. Al regresar se encontró con dos maestras que trabajaban en la escuela y le informaron que el 25 de ese mes habían irrumpido fuerzas militares y de la policía de Río Negro en el establecimiento.

Cuando se encontró con las docentes estas le habían llevado una valija con ropa para que se marchara de la ciudad “pero yo me quedé porque no tenía nada que ocultar”. Como habían dejado el mensaje de que se presentara en la comisaria “en una mesa habían documentos personales y hasta libros educativos. Gustavo Vitón se presentó a cargo de la comisario”, declaró.

Fue interrogado durante cuatro horas en las que le preguntaron sobre cómo se conformaba el Sindicato, qué función cumplía cual era la vinculación de UnTER con la CTERA, por su vida personal. “El interrogatorio fue muy limpio, no me tocaron pero las preguntas fueron muy insidiosas, por personas y principalmente de mi amigo Alfredo Bravo”.
Septiembre 1976

Un tiempo después encontrándose en la casa de las hermanas María Cristina y Silvia Bottinelli, junto a Jorge VillafañeEstábamos por cenar, en ese momento ingresaron y nos obligaron a mirar contra la pared. Cuando intenté defendernos recibí un brutal golpe que me dejó casi inconsciente”.  Luego  fue encerrado junto a Cristina Bottinelli en una habitación, ambos maniatados y con una capucha en la cabeza. Después de un rato los sacaron de la casa en un coche.

En el viaje sintió que hacían una escala, él intuyó que era la comisaria, después siente como atraviesan el puente Cipolletti- Neuquén. Por viajes al batallón del ejército realizados antes del Golpe de Estado intuye que está siendo llevado a él. Lo conocía porque unos años antes, el ejército había cooperado en unas refacciones que se realizaron en la escuela 50 de la que era director.

Cuando la puerta se abre para hacernos bajar, escucho ruido de agua, intuyo que estamos cerca del río o de un brazo. Nos obligan a bajar y nos cambian la capucha por una venda que no nos sacan en todo el cautiverio, cuando me la saco me arranca un pedazo de piel y oreja”, recordó.

En la Escuelita

Al llegar fueron brutalmente golpeados. Al otro día fue separado de Cristina. Posteriormente comenzaron los interrogatorios, eran tan violentos que necesitaba un día para recuperarse. “Un día intente acariciar los pies de quien me golpeaba, creo haber tocado botines militares, creo haber tocado ropa militar. Los interrogatorios fueron siempre muy violentos”, declaró.

Pudo sentir la vos de Villafañe en la misma habitación en la que él estaba encadenado a la cama superior de la cucheta. Así como también sintió que debía haber otras veinte personas aproximadamente  por la clase de ruidos que había.

Al jefe de los interrogatorios lo llamaban Pedro, quien además jugaba el papel de “bueno” después de la sesión  de golpes “cuando uno estaba casi muerto venia a dar una caricia, comenzaba a contar cosas de mi propia vida y me aconsejaba, yo llegue a pensar que era un confesor, pero no, era un torturador”.

Aseguró que  los interrogatorios en La Escuelita fueron iguales al que le realizaron en la comisaria, por eso posteriormente calculó que la parada que hicieron cuando lo secuestraban fue en la comisaria.
Liberación

Un día el tal Pedro lo saco al patio, lo supo porque logro divisar algo de luz entre la venda y además sintió un grabador cerca, le aseguro “esta es la última vez”. Genga no sabía si era la última vez que lo torturaban o si lo iban a matar. Alguien le saco la venda con la cual se fue parte de la piel que rodeaba sus ojos, le sacaron una foto a contra luz y volvieron a ponérsela. Lo llevaron al aseo, después de asearse, lo subieron a un auto. En él estaba Cristina Bottinelli.

Cuando lo bajan del auto le ordenan no sacarse la venda hasta que deje de sentir el auto. Lo dejan en la zona de Barda del Medio, y a Cristina más adelante.  “Me quedé sentado en el suelo y empecé a sacarme la venda. No veía, tenía una distorsión tremenda. Veía luces a lo lejos, pero no distinguía. Quise caminar pero sentía una pierna más corta que la otra. Hasta que rodé y caí en un canal de riego donde pude darme un baño sorpresivo y lavarme un poco los ojos ensangrentados”. Trepó para salir del canal, se arrastró hasta la ruta y un camionero lo llevó hasta Cordero desde donde se tomó un taxi hacia Cipolletti, donde se enteró que las hermanas Bottinelli y Jorge Villafañe también habían sido liberados.


En 1977 se exilió a España donde vivió hasta 1992. Allí los visito en una ocasión Cristina y al hacerle notar que tenia la boca torcida ella les confesó que eso era producto de la picana eléctrica durante su cautiverio, así como otras secuelas neuronales por las que murió posteriormente exiliada en México.  “María Cristina murió en el exilio en México pidiendo justicia, la misma justicia que vengo a pedir yo”.

Por Olga Cabeza
Fotografias: Estefania Mottl y Olga Cabeza

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