“Uno convive con la invasión que han hecho en nuestras almas”

Pedro Justo Rodriguez. Fotografia Débora Civicos
Pasadas las 9.30 hs, comenzó a atestiguar Pedro Justo Rodríguez quién  fue detenido en su domicilio de la ciudad de Cinco Saltos, el 30 de marzo del 76, cuando “estaba en casa con mis dos pequeños hijos”. En ese entonces, Rodríguez se desempeñaba como Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Cinco Saltos desde 1973.

Luego de ser  detenido ilegalmente, relató cómo fue trasladado a la Comisaría 25º de Cinco Saltos y más tarde a la 24º de Cipolletti, donde lo entrevistó el Teniente Gustavo Viton. También pudo reconocer al Oficial del Departamento de Inteligencia, Miguel Ángel Quiñones.


Rodriguez recordó “Quiñones me interrogó sin golpes, pero de un modo muy humillante, muy violento. Me preguntaba sobre las actividades que teníamos nosotros con una actitud amenazante, una actitud inesperada para mí, nos amenazaba directa e implícitamente.”

Luego de este episodio fue transferido a la Unidad 9 en Neuquén (U9) por la policía rionegrina, “En la U9 era donde estaban todos los detenidos políticos de la zona, teníamos celdas compartidas entre dos o tres personas”, declaró Rodriguez. En aquel lugar pudo reconocer a Kristensen, Balbo, Seminario, Pincheira, Tomasevich, Jure, Cancio, Pincheira y “también había gente del barrio Sapere”.

“Una vez allí, me mandan a limpiar el pabellón, me caí y me quebré el brazo. Estuvieron 11 horas hasta que me llevaron al hospital”. Detenido en esa Unidad, fue trasladado a la delegación Neuquén de la Policia Federal  a pedido del subjefe de la delegación Jorge Alberto Soza.

 En esa oportunidad, lo sacan enyesado y reconoce a Soza “porque en mi función - como Secretario de Gobierno de la municipalidad de Cinco Saltos – él había venido a solicitar un  terreno gratuito en el Lago Pellegrini, y se le concedió, fue Soza quien me advirtió que debía colaborar, o me iban a meter cables en mi yeso”. Luego de este episodio fue trasladado nuevamente a la Unidad 9.

En septiembre lo trasladan a Rodriguez, junto a otro grupo de presos, al aeropuerto, donde los esperaba un avión de la fuerza aérea y el Servicio Penitenciario para llevarlos hasta Rawson. En ese traslado, relató que el trato que les dieron fue muy cruel, y que “pegaban por placer… con uno de los que más se ensañaron fue con Almarza, porque era gordo”, relató.
Luis Alberto Farias Barrera.
Fotografia Débora Civicos

El 4 de noviembre, un grupo de oficiales, comandado por Luis Alberto Farías Barrera, los saca de la Unidad 6 de Rawson a  Ledesma, Isidro López, Luis Cáceres y al mismo Pedro Justo Rodríguez, para ser trasladados vía terrestre hasta la U9 de Neuquén.  “Nosotros sabíamos que el día anterior los habían sacado a Cancio y a Seminario, porque cuando abren las puertas de sus celdas, estaban vacías,  nunca volví a saber de ellos”.

El 8 de Noviembre fue trasladado al centro de detención clandestino “La Escuelita”. “Una noche un guardia cárcel me saca de la celda, me esposan y me vendan, dos hombres me llevan hasta un auto y me tiran en el asiento de atrás”. En la Escuelita pudo reconocer a José Luis Cáceres, Alberto Ledesma y Juan Isidro López.

Rodríguez, recordó que una vez alojado en el centro clandestino, sufrió torturas, que consistían en descargas eléctricas en distintas partes de su cuerpo. “eran profesionales, mientras me torturaban hacían recreos para tomar té, comentaban acerca de lugares para ir a pescar y luego continuaban con la picana”.

“Un día se me ocurrió alentar a los otros presos y me golpearon”, más tarde agregó “me torturaron hasta el cansancio, ya no podía contestar, entonces llaman a un doctor, me toma el pulso y dice: “No, este está mintiendo”.

El 22 de Noviembre, fue trasladado nuevamente hacia la U6 de Rawson, donde permaneció hasta 1978. Ese mismo año, luego de constantes infecciones respiratorias, tuvo que ser trasladado hacia el Hospital Penitenciario central ubicado en Ezeiza, Buenos Aires.

Para ese entonces, su esposa se había comunicado con amigos ingleses, que estaban en Amnistía Internacional. En 1979, el poder Ejecutivo Nacional, autoriza su exilio. Pedro Justo Rodríguez se exilia en Gran Bretaña.

Una vez en Londres, Rodríguez comienza una ardua labor a favor de los derechos Humanos, dado que no existía hasta ese momento una organización que atendiera psicológicamente a las víctimas de torturas, ayuda a la creación de la Fundación América para las Víctimas de Torturas.

Luego de su declaración, Rodriguez sostuvo que pensó “que estos juicios eran imposibles, no lo podíamos pensar”,  y reconoció el trabajo de las Madres y de la asamblea Permanente por los Derechos Humanos, para que se llevaran a cabo.  Sin embargo sostuvo que “el problema con estos juicios,  es que ellos, (refiriéndose a los imputados) todos ellos, continúan  con ese pacto de silencio, y eso es una voluntad de delinquir de continuar delinquiendo, porque en este momento es un hecho cruel que no nos digan donde están los cuerpos de nuestros compañeros, porque es parte de la historia humana rendir  los homenajes a nuestros muertos”.


“Esta gente era destructora”


Sostuvo mediante el sistema de videoconferencia, Graciela Inés López, Profesora de Ciencias de la Educación, con domicilio en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, quien prestó un breve testimonio.
Graciela Ines López.
Fotografia Débora Civicos

En la década del 70, vivió en la ciudad de Cipolletti y fue detenida en La Escuelita de la ciudad de Neuquén, donde fue víctima de torturas.
Fue abordada el 11 de noviembre de 1976 y la llevaron a un recinto donde la acostaron en una cama que estaban en un ángulo de la habitación sujetándola de pies y manos.

Recordó que en la habitación había otras personas pero que no pudo reconocer cuántas eran, ya que “tenía los ojos vendados”. Sólo pudo reconocer a Marta Brasseur, a quien conocía de Paraná y con quién compartía un departamento en Cipolletti. Durante su cautiverio también reconoció los gritos de Cristina Lucca cuando estaba siendo torturada y escuchó a un muchacho sanjuanino que le hablaba para darle ánimo. En ese momento desconocía al jóven, pero tiempo después supo que se trataba de Rodríguez.

Rodríguez le preguntaba cómo se sentía, “me daba ánimo”. Pero cuando él, era torturado, López le preguntaba cómo se sentía y “él sonreía para no preocuparnos, ni a mí ni a la otra compañera con la que compartíamos la habitación”.

Terminó efusivamente su declaración afirmando que “es un placer poder colaborar” y les envíó un abrazo a todos las personas defensoras de los Derechos Humanos.

“Sólo debía presenciar lo que estaba pasando”

Gustavo Jorge Monti. Fotografia Débora Civicos

Gustavo Jorge Monti testimonió en la causa de su vecino Juan Isidro López.“Estaba descansando en mi casa después del almuerzo, y un agente de policía golpeó la puerta para pedirme  que sea testigo del allanamiento de la casa de López”.

Monti y López son vecinos desde el año 75, y hasta la actualidad. Viven a casi una cuadra de distancia.

En el operativo del 6 de diciembre de 1975, “había mucha gente de civil”, aunque no recordaba con precisión cuántos eran.  Secuestraron un mimeógrafo y “se llevaron libros y revistas de venta pública que López decía que las había comprado en el kiosco”. Debido al allanamiento rubricó un acta.
Recordó que lo volvió a ver a López mucho tiempo después, “incluso podrían haber sido años”, pero que nunca preguntó, ni a familiares ni a conocidos, sobre los padecimientos que había sufrido su vecino.

“Cuando recuperó la libertad, fui a verlo a su casa, a saludarlo, eramos vecinos, no nos unía una relación de amistad”, aclaró Monti.  Además recordó que cuando lo vio a Juan López “desde lo físico estaba abatido”.



Por Veronica Benjamín y Débora Civicos

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